La crisis energética ha obligado a los gobiernos a reconsiderar sus prioridades, y el cambio climático ha pasado a un segundo plano. Todo radica en la confluencia de tres elementos: la seguridad de suministro, los precios y el medio ambiente, los cuales lidian en la búsqueda de un balance, sin embargo, uno de ellos siempre ha tenido que ceder.
La prioridad para muchas naciones, especialmente en Asia, es la seguridad energética. En el mundo de los recursos naturales, los responsables políticos llevan mucho tiempo lidiando con un trilema: cómo lograr la seguridad del suministro, mantener los precios bajos y proteger el medio ambiente, al mismo tiempo y para productos básicos que van desde el petróleo crudo hasta el trigo o el aluminio. Este trilema ha significado a menudo que uno de los tres sea el que ceda el paso a los otros dos.
En los años 70 y 80, con el recuerdo fresco de la primera y segunda crisis del petróleo, la seguridad del suministro y la asequibilidad se impusieron a la sostenibilidad. En 1979, por ejemplo, los países del G7 llegaron a comprometerse en su cumbre anual a “aumentar en lo posible el uso del carbón” para reducir los costos energéticos.
El equilibrio del trilema empezó a cambiar a principios de los 90 con el auge del movimiento ecologista moderno, y en la última década, a medida que aumentaban las pruebas del calentamiento global, el cambio climático ha adquirido prioridad.
La actual crisis energética está obligando a los gobiernos a sopesar de nuevo sus prioridades. La seguridad y la asequibilidad están volviendo a aparecer. Es cierto que los responsables políticos insisten en que no están dando marcha atrás en su lucha contra el cambio climático. Pero está claro que el medio ambiente ya no es la prioridad absoluta. En el mejor de los casos, es el primero entre los iguales. En el peor de los casos, es el segundo.
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Así lo cree Yasutoshi Nishimura, ministro de Economía, Comercio e Industria de Japón, un organismo extremadamente poderoso más conocido por sus siglas METI. “Los países comparten el objetivo de lograr la neutralidad del carbono y, al mismo tiempo, garantizar un suministro energético estable”, explicó la semana pasada en la conferencia Bloomberg New Economy Forum de Singapur. Aquí se evidencia que pone al mismo nivel el cambio climático y la seguridad energética.
El nuevo énfasis en la seguridad es una razón clave por la que la COP27 avanzó tan poco en lo que realmente importa para la lucha contra el cambio climático, es decir, la necesidad de reducir el consumo de combustibles fósiles y las emisiones de gases que provocan el calentamiento global.
Los países ricos dieron un primer paso para pagar a los pobres por las pérdidas que sufren debido al cambio climático, pero la cumbre hizo poco en lo demás. La Unión Europea tuvo que amenazar con marcharse para evitar más retrocesos en los objetivos.
En muchos sentidos, esto no debería sorprender. A pesar de las afirmaciones de que la crisis energética no haría descarrilar la lucha contra el cambio climático, es simplemente imposible que los gobiernos no se replanteen las prioridades.
Incluso los países más ricos agrupados en el club de la OCDE están sufriendo. Este año, gastarán el 17,7% de su producto interior bruto en energía, según los cálculos de la OCDE, el segundo más alto de la historia y casi igualando el 17,8% de 1980-1981, durante la segunda crisis del petróleo.
Afortunadamente, el trilema energético actual no es tan difícil como el que los responsables políticos del G7 afrontaron en 1979, cuando recurrieron al carbón como solución, irónicamente, durante una cumbre en Tokio. Cuatro décadas después, las energías renovables permiten proteger el planeta y mejorar la seguridad.
El G7 debe impulsar más energía eólica y solar, mejorar las cadenas de suministro, aumentar el gasto en investigación y desarrollo y acelerar la aprobación de proyectos. El objetivo debería ser una casa con un panel solar. La energía nuclear es también una excelente herramienta que aúna medio ambiente y seguridad.
Y la mayor contribución que podría hacer Japón para resolver el trilema energético es centrarse en reducir la demanda. La mejor fuente de energía es la que no se consume.
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En el pasado, los responsables políticos trataron erróneamente de abordar el cambio climático restringiendo la oferta, aunque la demanda siguiera aumentando. Como resultado, la economía mundial ha invertido poco en nueva oferta de petróleo y gas y es probable que los precios sigan siendo más altos de lo que deberían. La solución es trabajar para reducir la demanda, y rápido.
Es más fácil decirlo que hacerlo, por supuesto. Por ahora, la demanda de combustibles fósiles va en aumento, y es probable que el petróleo, el gas y el carbón establezcan nuevos récords de consumo en 2023. Mientras sea así, el mundo irá en la dirección equivocada.
Pero Japón puede demostrar que hay otro camino. En 1979, consumió 5,5 millones de barriles diarios de crudo; este año, sólo demandará 3,4 millones. Es un paso hacia la solución del trilema, pero reproducirlo en otros lugares requerirá un esfuerzo enorme y costoso para electrificar todo, desde la calefacción hasta la conducción. El G7 tiene que dar un paso adelante una vez más.
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