La historia del Nord Stream 2, el gasoducto entre Rusia y Alemania, lleva tanto tiempo que todos sus artífices ya han abandonado el escenario político, solo queda Vladimir Putin, el presidente ruso, y el maestro del divide y vencerás.
Anunciado por primera vez en 2015, el gasoducto de US$ 11.000 millones, propiedad del gigante energético ruso Gazprom, se ha construido para transportar gas desde Siberia occidental, duplicando la capacidad actual del gasoducto Nord Stream 1 y manteniendo calientes 26 millones de hogares alemanes a un precio asequible.
El Nord Stream2 es todo menos un proyecto puramente comercial. Tiene enormes consecuencias geoestratégicas, y cada centímetro de tubería es una batalla política y legal.
De hecho, pocos proyectos de ingeniería han planteado tantas cuestiones: la restauración del imperio postsoviético, la crisis climática, el acoso estadounidense a Europa, el acercamiento de Alemania a Rusia, los poderes legales de la Comisión Europea, los grupos de presión empresariales, las previsiones energéticas y el modelo monopólico de Gazprom.
Al otorgar a Rusia y a Putin tal influencia potencial sobre la seguridad energética europea, se argumenta que el oleoducto deja a la Europa libre a su merced.
Si Putin quiere un nuevo acuerdo fronterizo con Europa, entonces el gas, y la dependencia de Europa de las reservas rusas, se ha convertido en un medio para lograrlo. Los críticos de Nord Stream 2 dicen que no se trata tanto de crear capacidad adicional como de suplantar la principal vía existente para el gas ruso hacia Europa, que pasa por Ucrania.
Otros dicen que esto es una hipérbole, y que Rusia se daría cuenta de que si utiliza el gas como arma geopolítica, Europa tiene muchas fuentes alternativas.
Listo para entrar en operación
La construcción del gasoducto finalizó en septiembre, tras muchos aplazamientos y obstáculos legales superados. Pero el consejo de administración de Gazprom espera ahora el permiso legal definitivo de los reguladores alemanes para empezar a enviar gas por el gasoducto a los agradecidos consumidores alemanes. Ese permiso se ha convertido en objeto de las primeras luchas internas de la nueva coalición alemana, que se han intensificado por las amenazas de Putin a la soberanía de Ucrania.
Ucrania teme que, al evitar su propia ruta de gas desde Rusia a Europa, el nuevo gasoducto, que forma parte de una estrategia más amplia de Rusia para cortar los vínculos con las repúblicas postsoviéticas, le privará de las tan necesarias tasas de tránsito, el equivalente al 4% de su PIB.
Kiev también ha argumentado que el gasoducto aumentará el control y la cuota de Rusia en el mercado europeo del gas y, por tanto, dará a Putin la oportunidad de poder presionar a su criterio a Europa.
El gasoducto tiene una capacidad anual de 55.000 millones de metros cúbicos, más de la mitad de los 95.000 millones de metros cúbicos de gas que consumieron los alemanes durante 2019.
Ucrania ha encontrado aliados dispuestos a defender su causa en Polonia, los países bálticos, Italia, el Reino Unido y, sobre todo, la Comisión Europea. Todos ellos han recordado los enfrentamientos con Rusia en 2006 y enero de 2009, así como las recientes amenazas de Putin a Moldavia, para argumentar que Rusia no tendrá reparos en cerrar los grifos de gas para asegurarse una ventaja geoestratégica.
La presión de Kiev condujo en diciembre de 2019 a la introducción de sanciones estadounidenses en virtud de la Ley de Protección de la Seguridad Energética de Europa (PEESA), lo que significó que la construcción del oleoducto se suspendiera durante un año y medio, ya que el contratista de propiedad suiza que lo instalaba se echó atrás.
Donald Trump rechazó una oferta alemana de financiar la construcción de dos terminales de gas natural licuado, diciendo a Merkel que tenía que dejar de alimentar a la bestia. En una cumbre de la OTAN en 2018 se quejó: “Alemania tendrá casi el 70% de su país controlado por Rusia con gas natural. Dígame usted, ¿es eso apropiado? Se supone que nos estamos protegiendo de Rusia y Alemania sale a pagar miles y miles de millones de dólares al año a Rusia.”
Inicialmente, el enfoque de la administración Biden fue de continuidad, copiando la línea firme adoptada por Trump e instando a Europa a no hacerse vulnerable al chantaje energético ruso.
Pero en mayo, la línea se había suavizado. La diplomacia alemana estaba en marcha. El 19 de mayo, Antony Blinken, secretario de Estado estadounidense, renunció a las sanciones contra el director ejecutivo de Nord Stream, Matthias Warnig, presidente de Nord Stream 2 y amigo íntimo de Putin, explicando que quería dar tiempo a que la diplomacia funcionara. El 7 de junio, Blinken dijo que el gasoducto era un hecho consumado, y el 21 de julio, una semana después de reunirse con Merkel en la Casa Blanca, Biden levantó todas las sanciones.
El viraje de Biden
Según el acuerdo al que Merkel había llegado con Biden, Alemania se comprometió a presionar para ampliar un acuerdo de tránsito de gas ruso-ucraniano durante 10 años, así como a contribuir con US$ 175 millones a un nuevo fondo verde para que Ucrania mejore su independencia energética con energías renovables.
“En caso de que Rusia intente utilizar la energía como un arma o cometa más actos agresivos contra Ucrania”, decía también el comunicado, “Alemania tomará medidas a nivel nacional y presionará para que se tomen medidas efectivas a nivel europeo, incluyendo sanciones, para limitar la capacidad de exportación rusa a Europa en el sector energético, incluido el gas”. Merkel dijo que estas garantías se aplicaban no sólo a su administración, sino a la de su sucesor.
Amos Hochstein, asesor principal de Biden para la seguridad energética mundial, justificó más tarde el pragmatismo de Biden, diciendo: “La idea de llegar a la declaración conjunta con Alemania era reconocer la realidad de la finalización del oleoducto en sí, entendiendo que una acción agresiva por parte de Estados Unidos probablemente no habría cambiado el resultado y quizás sólo lo habría retrasado. Por lo tanto, mirar la realidad, entenderla, y elaborar algo con un acuerdo con Alemania que nos permitiera seguir defendiendo los importantes intereses que tiene Europa, que tiene Estados Unidos, para defender la seguridad de Ucrania al tiempo que se abordan y se mitigan los malos efectos y las amenazas que podría plantear Nord Stream 2”.
Este juicio ha sido cuestionado en repetidas ocasiones, incluso en el Reino Unido. Biden también dio el visto bueno justo cuando el partido alemán de los Verdes, que se opone rotundamente al oleoducto y está decidido a llevar a Alemania en una nueva dirección de política exterior, había subido en las encuestas para convertirse en el partido más grande antes de las elecciones de septiembre.
Biden tampoco hizo mucho por apaciguar a los descontentos senadores republicanos que apoyan las sanciones a Gazprom como una necesidad de seguridad nacional.
El senador Ted Cruz, el republicano de Texas autor del proyecto de ley que impone sanciones a EE.UU. sobre el proyecto de oleoducto, rechazó la lógica de Biden. “Estaba completado en un 95% en diciembre de 2019 cuando aprobamos las sanciones, y lo paramos. Y un oleoducto completado en un 95% es un 0% completado. Y vimos, durante un año, que seguía siendo un trozo de metal en el fondo del océano hasta que Biden fue elegido”.
A modo de represalia, el senador Cruz envió cartas a las empresas alemanas que trabajan en el proyecto amenazando con sanciones que destruirán sus empresas.
El cálculo de Biden era comprensible. Quería arreglar las cosas con Alemania y buscar su apoyo frente a China. En el proceso sabía que molestaría a Ucrania, pero, como demostró con Aukus -el pacto de seguridad Indo-Pacífico que excluía a los franceses- el equipo de seguridad nacional de Biden está muy dispuesto a desobedecer a los aliados en aras de centrarse en el gran competidor estratégico, China.
Los Verdes alemanes también se sintieron profundamente decepcionados por el hecho de que el Departamento de Estado hubiese aceptado el argumento del diplomático alemán de que el gasoducto era imparable. Sí, Gazprom estaba casi a punto de terminar la cinta, pero aún quedaban importantes obstáculos reglamentarios en Alemania y la UE.
La verdadera cuestión es si los Verdes, irónicamente alineados con los republicanos estadounidenses, pueden acabar con el proyecto. Para ello, será necesario cuestionar drásticamente la forma en que Alemania ve a Rusia.
El acercamiento de Alemania a Rusia
En su libro Germany’s Russia Problem, John Lough, miembro de Chatham House, ha estudiado cómo la conexión emocional de Alemania con la sociedad y la cultura rusas ha contribuido a que Alemania esté dispuesta a malinterpretar la dirección que ha tomado Rusia.
En su reciente intervención en Chatham House, argumentó que “está en juego una extraña combinación de emociones: un miedo histórico a Rusia, un sentimiento de culpa por los crímenes de los nazis, un agradecimiento a Moscú por permitir que la unificación alemana se produjera cuando lo hizo y con tanta rapidez, y una gran dosis de sentimentalismo basado en el gusto por la cultura rusa”.
También hay una lógica económica: históricamente, Alemania ha tenido la tecnología y Rusia los recursos, lo que crea una especie de complementariedad natural entre los dos países.
Existe una creencia casi religiosa de que, puesto que Rusia necesita los mercados y Alemania el gas ruso, la dependencia mutua garantizará la estabilidad.
Lough argumenta que a Alemania le resulta muy difícil aceptar que Rusia ha estado avanzando de forma constante en una dirección autoritaria. “Para hacerlo tendría que cambiar de política y reconocer que está tratando con un socio mucho más difícil”.
De hecho, el instinto de Merkel, según su principal asesor de política exterior desde hace tiempo, Christoph Heusgen, en Der Spiegel, fue siempre tener en cuenta lo que era tolerable para Rusia. Por eso se opuso al plan de acción de la OTAN para Ucrania, a la provisión de armas ofensivas y siguió argumentando que Nord Stream no amenazaba la seguridad energética de Europa.
Esa mentalidad, según Ralph Fücks, director del Centro Alemán para la Modernidad Liberal y partidario de los Verdes, se acerca a proporcionar a Rusia un poder de veto.
Pero con Annalena Baerbock, líder del partido Verde, en el Ministerio de Asuntos Exteriores, y Robert Habeck, su aliado, en el gigantesco departamento de cambio climático, sostiene que una nueva generación de poderosas voces opuestas al dominio de décadas de los llamados Russlandversteher han pasado a primer plano.
Para ganar, los Verdes tienen que enfrentarse a sus principales socios de coalición, el SPD. Gerhard Schröder, ex canciller alemán del SPD de 77 años, preside el comité de accionistas de Nord Stream, cargo al que accedió pocas semanas después de dejar su cargo público. La defensa del proyecto por parte de Schröder es incondicional.
El ex ministro de Asuntos Exteriores alemán, Heiko Maas, también del SPD, presentó el oleoducto como un medio para seguir en contacto con Rusia. Una “estrategia de puentes quemados”, dijo, no sólo es errónea sino también peligrosa, ya que esto empujaría a Rusia a una estrecha cooperación económica y militar con China.
Pero la mayor entusiasta del Nord Stream 2 ha sido Manuela Schwesig, la primera ministra de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, que se ha enfrentado repetidamente a los Verdes. En su estado, el puerto marítimo de Mukran, en el noreste de Rügen, ha sido un gran centro de trabajo para el gasoducto. Ha sido una destacada defensora, celebra todos los años el Día de Rusia e incluso ha creado una fundación para proteger a las empresas de las sanciones estadounidenses, que lleva el título de Fundación para la Protección del Clima y el Medio Ambiente. La popularidad personal de Schwesig no se ha visto mermada por este apoyo al oleoducto.
“Si queremos abandonar la energía nuclear y el carbón, necesitamos el gas al menos durante un periodo de transición”, ha dicho.
Así pues, para ganar, Baerbock no sólo tiene que enfrentarse a sus socios de coalición, sino también ganarse la confianza de los ciudadanos alemanes, muchos de los cuales están de acuerdo con Scheswig y se muestran escépticos de que el país pueda permitirse abandonar la energía nuclear, el carbón y el gas al mismo tiempo.
Bearbeck cuenta con influyentes aliados entre los expertos en previsión energética. Dirk Messner, director de la agencia medioambiental alemana UBA, dijo en agosto que el Nord Stream 2 podría quedar pronto obsoleto por razones de política climática. “Nord Stream 2 podría convertirse rápidamente en una especie de dinosaurio entre los proyectos energéticos, porque queremos tener emisiones netas cero para 2045”.
La Unión Europea está en contra
Durante años, la Comisión Europea y Gazprom han estado enfrentados. La empresa rusa ha intentado evitar la red reguladora de la UE argumentando que una directiva sobre energía de 2019 no se aplicaba al gasoducto. Gazprom fracasó, y ahora el regulador alemán, junto con la UE, tardará seis meses en decidir si el gasoducto cumple la legislación comunitaria. Otras empresas han sido autorizadas a presentar sus argumentos ante el regulador alemán, entre ellas el operador de la red de gas de Ucrania GTSOU y la polaca PGNiG.
Entran en juego toda una serie de requisitos normativos de la UE sobre el acceso de terceros, la separación de la propiedad y la transparencia de las tarifas.
La desagregación exige que los propietarios de los gasoductos sean distintos de los proveedores del gas que circula por las tuberías, algo a lo que se opone Gazprom.
“Está claro que la legislación energética europea también se aplica a este proyecto, la separación del comercio y el transporte está claramente especificada”, dijo Sven Giegold, el nuevo e influyente secretario de Estado de Economía del Ministerio de Cambio Climático de Alemania.
En un país donde el estado de derecho es importante, Habeck también ve una forma de acabar con el proyecto: “El objetivo de las leyes es evitar los monopolios y las dependencias. La red y las operaciones deben estar separadas también para este gasoducto, y ese no es el caso”.
“Hubo mucha presión política durante el último gobierno federal para aprobar Nord Stream 2. Aun así, no está en funcionamiento. La Agencia Federal de Redes comprobará los documentos de acuerdo con la ley, como debe hacer”.
Benjamin L. Schmitt, ex funcionario del Departamento de Estado de EE.UU. especializado en energía y miembro del Centro de Análisis de Políticas Europeas, dijo que Gazprom no se había aprovechado de la situación para proporcionar volúmenes adicionales a través de la ruta de Bielorrusia, Polonia o Ucrania, en un posible intento de forzar al regulador. “Tienen una amplia capacidad de oleoductos que podrían utilizar ahora mismo, pero no lo hacen. No han roto sus contratos, pero tampoco han seguido la dinámica normal del mercado reservando capacidad adicional”.
Aún está por venir una importante batalla legal, mientras tanto el Nord Stream seguirá aguardando por su destino final.
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