La adopción de energías renovables ha sido un tema central en la lucha global contra el cambio climático. Sin embargo, detrás de las promesas de sostenibilidad y la creciente demanda de fuentes de energía limpias, se esconde una realidad más compleja.
El futuro del sector energético mundial se ve envuelto en un debate ideológico confuso y engañoso. Según la perspectiva política que uno adopte, especialmente en las redes sociales, se le presentará una de dos visiones extremas: o bien, la transición energética es un mito peligroso que conducirá a un desastre económico y apagones permanentes, o bien, la energía limpia será la salvación del mundo, tan pronto como los conservadores se retiren del escenario. Como es habitual, la verdad reside en un punto intermedio.
La transición energética es estrictamente necesaria. Pero va a ser muy difícil. Es perjudicial negar que es casi seguro que habrá sobresaltos, pasos en falso y contratiempos a medida que nos adentramos en uno de los capítulos más perturbadores de la historia industrial.
En gran parte, confiamos en que tecnologías no probadas y, en muchos casos, aún no probadas, surjan en el momento justo.
Hay una tendencia a minimizar la urgencia de esta transición, tratando de hacerla más atractiva y menos intimidante.
No obstante, es crucial reconocer que esta transición implica cambios profundos y a veces dolorosos, que pueden resultar incómodos o incluso alarmantes para algunos. Es inevitable que, a medida que las prioridades económicas evolucionen, habrá quienes ganen y quienes pierdan.
Aunque la transición energética beneficia a la humanidad en su conjunto, no todos se beneficiarán de manera igualitaria. Es fundamental abordar estas realidades difíciles para planificar y gestionar eficazmente lo que podría ser el proyecto cooperativo más grande de la historia humana.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) destaca cinco grandes retos que se interponen entre la humanidad y su futuro ideal de energía limpia: el ritmo incierto de los avances tecnológicos y su despliegue, el desacuerdo sobre la velocidad a la que podemos hacer la transición sin crear grandes trastornos, el equilibrio entre la seguridad energética futura y la actual, la creciente brecha de energía limpia entre países ricos y pobres, los obstáculos en la cadena de suministro de componentes de energía limpia.
El ritmo de la transición es uno de los principales puntos de fricción. Si vamos demasiado despacio, corremos el riesgo de una catástrofe climática. Si es demasiado rápido, corremos el riesgo de que se produzcan grandes atascos sistémicos, dificultades económicas y crisis energéticas.
Sólo con abandonar el carbón, como acaba de acordar el G7 para 2035, un millón de trabajadores de todo el mundo perderán su empleo. Sólo en Estados Unidos hay 1,7 millones de trabajadores de los combustibles fósiles.
Sin redes de seguridad adecuadas por parte del gobierno, ni tiempo suficiente para desplegarlas adecuadamente, la pérdida de estas industrias es una tragedia inminente para comunidades enteras. Lo mismo cabe decir de naciones enteras que tendrán que encontrar sectores económicos alternativos para sostener su PIB.
Además de estos costos económicos, existen considerables barreras logísticas para impulsar la transición energética con demasiada rapidez. El sector de las energías limpias se enfrenta ya a enormes retrasos en la obtención de permisos, importantes problemas para garantizar los derechos de propiedad de la tierra y unas redes eléctricas lamentablemente envejecidas y poco preparadas, que no tienen esperanzas de apoyar la electrificación total en su estado actual.
Mientras los proyectos de energías limpias siguen adelante gracias a la financiación de iniciativas como la Ley de Reducción de la Inflación, esos proyectos se enfrentan a grandes cuellos de botella. Esto corrobora la idea de que hacer las cosas bien lleva su tiempo. Resolver esos problemas no debe ser una idea de última hora.
Lo mismo cabe decir del equilibrio entre la seguridad energética actual y la seguridad climática futura. La crisis energética mundial que surgió tras la invasión rusa de Ucrania puso de manifiesto que el mundo no invirtió lo suficiente en petróleo y gas, lo que provocó una grave escasez de energía que sumió a comunidades y países de todo el mundo en la pobreza energética e incluso provocó inseguridad alimentaria debido a la escasez de fertilizantes, entre otras perturbaciones interrelacionadas.
Estas vulnerabilidades son mucho más pronunciadas en los países en desarrollo, que se están quedando muy rezagados en la transición hacia energías limpias a pesar de ser los que menos han contribuido al cambio climático y los que más pueden perder con él.
Uno de los mayores retos para la descarbonización mundial es el apoyo financiero de esas naciones, pero hasta ahora los países ricos han incumplido sus promesas de financiar la transición energética del Sur global.
Finalmente, en relación con el quinto desafío identificado por el FMI, se enfrentan enormes obstáculos para garantizar el suministro de todas las materias primas requeridas para producir la vasta gama de componentes tecnológicos necesarios para la energía limpia, como turbinas eólicas, paneles solares, cableado eléctrico y baterías, elementos fundamentales para la transición energética. Este sector se ve afectado por la presencia de monopolios con fuertes implicaciones geopolíticas y prácticas de minería y extracción que son perjudiciales para el medio ambiente.
Además, justo cuando pensamos que tenemos un plan para la transición, la oferta y la demanda cambian de forma impredecible y sin precedentes. El rápido crecimiento de la Inteligencia Artificial y de los centros de datos, así como la huella energética cada vez mayor de Bitcoin, han aumentado considerablemente la demanda mundial de energía.
Y esa demanda seguirá creciendo a un ritmo mucho más rápido de lo que jamás podría esperar el despliegue de energías limpias. Convertir la IA en amiga de la transición energética en lugar de enemiga será absolutamente esencial para la transición energética en el futuro.
Estamos hablando de una transformación sin precedentes de la industria mundial a una velocidad nunca vista. Es imposible que todos los pasos sean sencillos.
«Todos los sectores de la economía tendrán que pasarse a las nuevas tecnologías, los consumidores tendrán que cambiar sus comportamientos, habrá que construir nuevas cadenas de suministro, y todo esto tiene que ocurrir en todas las grandes economías, en tan sólo unas décadas, y a costa de los ahorros de toda una generación», escribió Michael Liebreich, de BloombergNEF, en 2023. «¿Qué podría ser más difícil?»
El reto de frenar las emisiones
Claro, un escenario sin cambios sería aún más desafiante. Si el mundo continúa sin frenar sus emisiones de gases de efecto invernadero, las condiciones climáticas se deteriorarán rápidamente, poniendo en riesgo la sostenibilidad de gran parte del planeta.
Esto podría llevar a una grave escasez de alimentos y a niveles de agitación política extremadamente peligrosos, además de otras crisis. La transición hacia una economía más baja en carbono será dura, pero la inacción ya ha colocado a la humanidad en una situación de «código rojo».
En última instancia, tenemos la capacidad de facilitarnos la tarea. Es crucial que nos enfrentemos de manera realista a los desafíos que tenemos por delante, para poder planificar conjuntamente cómo superarlos.